Una lucha de clases que perdemos por ahora

 

Elecciones generales en España. No hay mayorías absolutas. Izquierda y derecha ocupan el Congreso a partes casi iguales. Los nuevos partidos obtienen diputados y los resultados no permiten pactos fáciles. Se habla de repetir las elecciones.

Los resultados muestran también que el régimen del 78 (monarquía restaurada con formas democráticas) es una falacia. Para que nada cambiara ni se pudieran cambiar las cosas. Con una ley electoral tramposa, injusta y poco democrática, que da nueve diputados a un partido con 600.000 votos y solo dos a otro con casi un millón. Para que las clases ricas formadas en la dictadura franquista controlaran la economía patria. Burguesía terrateniente, inmobiliaria y financiera que hoy se agrupa en el Ibex 35: las mayores empresas y corporaciones del Reino. Bloque capitalista que subió con entusiasmo al carro de la dicha crisis. Que en el mundo fue insensatez, timo y robo con premeditación y alevosía, y finalmente saqueo del pueblo trabajador. Aquí, en Estados Unidos, Europa y cualquier lado. Porque el capital no tiene otra patria que sus ganancias

Obsesionado por pillar más beneficios, que se resistían por sobreproducción y otras cuestiones, el capital decide prestar a todo mundo para comprar viviendas. Beneficio por venta inmobiliaria… y beneficio por especular con las deudas para adquirir casas. Fueron las hipotecas subprime, auténticas hipotecas-basura. Préstamos hipotecarios sin la menor garantía de solvencia. Préstamos que jamás serían devueltos y cuyos intereses dejarían de abonarse al poco tiempo.

Esas hipotecas se ocultaron en títulos con otros productos financieros. Pero, como eran incobrables, los títulos devinieron activos tóxicos. Basura financiera que jamás daría beneficio ni se recuperaría el capital prestado. Los balances financieros se fueron al garete y se desató el pánico. Cundió el terror en las cúpulas bancarias, pero, tras breve tiempo de contrición y propósito de enmienda (hablaron de ‘refundar’ el capitalismo), pensaron que la ocasión la pintaban calva. Además de mendigar ayudas billonarias al Estado (para tapar pérdidas y agujeros y continuar ganando obscenamente), podían utilizar la crisis para que todo volviera a su estado ‘natural’. Fin del capitalismo ‘de rostro humano’ tras la II Guerra Mundial, fin del estado de bienestar y recuperar el poder. Además, ya no existía la URSS y nadie contrario al capital daba miedo. Beneficios, más beneficios… Y reducir la democracia a decorado y liturgia, porque, scuando es de verdad, se convierte en incordio.

Hablando de la crisis, lo explicó con nitidez el especulador Warren Buffet (uno de los cinco hombres más ricos del mundo) a The Wall Street Journal: “Sí, es lucha de clases, pero es mi clase, la de los ricos, la que va ganando”. Y, para mostrar como ganan los ricos, Isabel Ortiz y Matthew Cummins investigaron lo que los poderosos han impuesto a la mayoría de población urbi et orbe con la excusa de afrontar la crisis. Austeridad, sí o sí. Que en román paladino es transferencia obscena a la minoría rica de las rentas y costes de satisfacer derechos de las clases trabajadoras. Recuerden a Grecia. O España.

En Revisión del Gasto Público y Medidas de Ajuste ambos investigadores documentan las consecuencias de esa política en 181 países del mundo. Se han rebajado los salarios en 97 países. Se han reducido o eliminado las ayudas a desempleados (y a los más pobres) en 100 países. En 94 estados han aumentado los impuestos indirectos al consumo (pagan igual pobres que ricos). Se han rebajado las pensiones en 86 países y se han recortado servicios y prestaciones de sistemas de salud también en 86. Se ha reducido la protección social en 80 países. El despido es más fácil, barato o gratuito en 40 países… Y sigue.

Más allá del sufrimiento y angustia que esas medidas han provocado y provocan, no han creado empleo aceptable, como no hicieron nunca, ni han recuperado una actividad económica decente. Y, por supuesto, no han mejorado un ápice la vida de la gente. Todo ha empeorado y crecen desigualdad y pobreza.

Pero el problema no acaba ahí. La guerra de los ricos contra la población sigue y hay que saber qué se cuece, qué nos preparan. Por ejemplo, una Unión Europea al acecho quiere más vueltas de tuerca en reforma laboral, pensiones y recortes presupuestarios. Para reducir el déficit, dicen, pero en verdad a mayor beneficio de las élites.

Son tiempos de desobediencia, tiempos de resistencia.

 

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