En tiempos donde el cine muchas veces se conforma con reproducir fórmulas ya conocidas, Mistura irrumpe como una propuesta que, más allá de la nostalgia visual de los años 60, pone el reflector en un tema aún vigente: el poder transformador de la cocina y el despertar de una mujer frente al abandono y la opresión social.
Bárbara Mori interpreta a Norma Piet, una esposa hecha a la medida de su tiempo: sumisa, refinada, callada. Educada para complacer a un marido que, fiel al molde patriarcal, la abandona sin más. Pero Mistura no es una historia de despecho, sino de reinvención. Norma, frente a la hipoteca, las lágrimas y el juicio ajeno, decide que su camino no será el de la resignación, sino el de los sabores.
Y es ahí donde la cocina se vuelve política.
Con la gastronomía peruana como telón de fondo —tan celebrada en el extranjero, pero cuyas raíces humildes muchas veces se invisibilizan—, Mistura hace más que contar una historia personal: visibiliza el esfuerzo colectivo de comunidades marginadas, de saberes ancestrales y de sabores que nacen en mercados y calles, no en salones de lujo.
Christian Meier reaparece como el esposo que intenta reclamar protagonismo cuando el éxito toca la puerta de Norma. Pero ya es tarde. Ella ya aprendió a sostenerse sin él. A veces, el mejor condimento para una receta es la dignidad recuperada.
Ricardo de Montreuil dirige esta cinta con un ojo que no solo busca la estética retro, sino la crítica social. Entre papas fritas y cortes de pescado, emerge una historia que cuestiona el clasismo limeño, el machismo enquistado y la idea obsoleta de que una mujer solo vale por el apellido que lleva.
Mistura no es solo una película: es una receta de empoderamiento, una metáfora servida en plato hondo. Porque a veces, en la olla común de la vida, hay espacio para una revolución que empieza con el simple acto de cocinar para vivir… y no solo para alimentar a otros.
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