En la era de las transmisiones 4K y el análisis de datos, es fácil olvidar a los pioneros. La historia del deporte peruano está llena de nombres que lo dieron todo, pero pocos resúmenes la versatilidad y el drama de Felipe Bozo. Considerado un deportista total que brilló sin esfuerzo en múltiples disciplinas, este ‘sprinter’ forjó su leyenda en las pistas de los años 30, rompiendo récords nacionales cuando el atletismo era puro coraje. Fue una estrella que se apagó por una lesión, pero cuyo legado sigue latiendo con la potencia de un motor de carrera.
En el Campeonato Nacional de 1930, Bozo no solo compitió, sino que se apoderó de la velocidad del Perú. Demostró una superioridad asombrosa al igualar la marca nacional de 100 metros planos en 11 segundos exactos. Pero no se detuvo ahí. En el lapso de solo cuatro días, pulverizó el récord de los 200 metros (22.6 segundos) y se inscribió también como dueño del primado de los 400 metros (50.6 segundos). Fue un ‘hat-trick’ de la velocidad que lo catapultó al primerísimo plano.
EL MULTIDEPORTISTA SIN LÍMITES
Antes de dedicarse por completo a las pistas en 1930, influenciado por el doctor José Vargas, Bozo era un ‘todoterreno’ que hoy sería un fenómeno viral. Si bien su brillo máximo fue en el tartán, también destacó en el básquet, defendiendo los colores del Bilis, con el que campeonó dos veces en Lima y Callao. Además, fue un remero competitivo para la Sociedad Canottieri «Italia,» participando en tripulaciones respetables. Esto demuestra que su talento no conocía límites, una cualidad hoy casi extinta en el deporte profesional.
Su verdadero hito llegó en 1933, una marca que redefinió el estándar de la velocidad en el país. Ese año, Felipe Bozo se convirtió en el primer peruano en bajar de la barrera de los 11 segundos en los 100 metros planos, registrando un impresionante 10.9 segundos. Este logro, que hoy parece humilde, fue un parteaguas, una declaración de que la velocidad peruana podía codearse con las élites sudamericanas.
Su calidad excepcional lo llevó a representar al Perú en el Campeonato Suramericano de Buenos Aires en 1931. A pesar de que sus actuaciones no alcanzaron el nivel deseado, su clase era innegable. Prueba de ello fue su valiente enfrentamiento contra la delegación japonesa, incluyendo al gran Oshima, donde Bozo demostró su madera de campeón en su prueba predilecta.
EL PRECIO DE LA GLORIA
Lamentablemente, la carrera de esta promesa imparable se vio truncada de forma abrupta. Un accidente comprometió su pierna y lo obligó a dejar las pistas de manera prematura. Lo más impactante: Bozo tuvo que pasar ocho largos años postrado en cama. Un lapso eterno, un sacrificio brutal que silenciaba el eco de sus triunfos y récords. Pese a una cirugía afortunada, al levantarse solo podía caminar cojeando, sin poder flexionar por completo su rodilla.
La prensa de 1949 lo pintaba como un hombre de una «envergadura moral» inquebrantable. A pesar de su limitación física, su amor por el deporte se mantuvo latente.
Hoy en 2025, los récords en 100 metros bajan de los 10 segundos y las nuevas generaciones conquistan medallas con tecnología de punta. Pero el espíritu de Bozo, el que superó los 11 segundos con pura garra en pistas precarias y que se negó a que un accidente lo alejara del deporte, es el que debe inspirar a los atletas de hoy. Felipe Bozo es la eterna lección de que el verdadero campeonato no se gana en la meta, sino en la capacidad de levantarse y seguir amando el juego.
